jueves, noviembre 16, 2006





Brad Will ¡presente!

Primeras horas de la tarde del 16 de octubre...



Ayer
fui a caminar con la buena gente de Oaxaca. En realidad, caminé todo el
día. Entrada la tarde, me enseñaron el muro donde se impactaron las
balas. Enumeraban cada una de las que iban encontrando. Me recordó la
entrada de la casa de Amadou Diallos 1 , pero en este caso los grafitis
estaban desde antes de que ocurriera el tiroteo.



Una de las
balas que no pueden ser contadas en la pared aún está en su cabeza.
Tiene 41 años, y se llama Alejandro García Hernández, presente cada
noche en la barricada del barrio. Una de ellas salió a unirse con su
mujer y sus hijos para permitir el paso de una ambulancia. Pero una
camioneta pick up trató de pasar inmediatamente después del vehículo de
emergencia. Recibió la bala cuando dijo a los ocupantes que no podían
pasar. Y nunca lo hicieron. Esos ocupantes, militares en ropas de
civil, se abrieron el paso a tiros para salir del lugar.



Un
joven que sólo desea ser conocido como Marco estaba con la familia
cuando ocurrió el tiroteo. Una de las balas le atravesó el hombro. Se
encontraba en un evidente estado de conmoción cuando nos conocimos.
Tiene 19 años. Me dijo que aún no había informado a sus padres del
hecho -como otros, se presentaba en las barricadas noche tras noche-, y
que, tan pronto como la herida sanara, regresaría a ellas.
Definitivamente.



Pocos días antes llegó una delegación de
senadores, cuya visita tenía por objeto determinar si había
ingobernabilidad en el estado. Apenas tuvieron una probadita. Corrió la
voz para cerrar el resto del gobierno. Docenas de personas salieron a
pie del zócalo oaxaqueño empuñando grandes palos y cargando una caja
con docenas de botes de pintura en aerosol. Se apoderaron de tres
autobuses de transporte urbano y por la mañana recorrieron toda la
ciudad para visitar los edificios gubernamentales e informar a la gente
en su interior que quedaban cerrados. Y que agradecerían su cooperación
voluntaria.



La gente salió, inquieta, aunque otorgando su
colaboración. Mientras desalojaban el último edificio, tres pistoleros
llegaron y abrieron fuego. Ya se habían retirado dos autobuses. Estalló
el alboroto. Fue una batalla con piedras, tiros de resortera y gritos
que duró diez minutos. Dos heridos, uno en la cabeza y otro en una
pierna, fueron llevados al hospital mientras continuaba la refriega. La
radio dio la alerta y llegó gente de todas partes.



Los
pistoleros estaban a la vuelta del edificio. Pero lograron huir. Nadie
estaba seguro, pero parecía que estaban adentro, vigilando. Se informó
de policías encubiertos cerca del hospital, y pronto salieron hacia
allá varios hombres dispuestos a vigilar a los heridos.



Lo que
se puede decir de este movimiento, de este momento revolucionario, es
que está creciendo, aumentando, tomando forma -uno lo puede sentir-,
tratando desesperadamente de lograr una democracia directa. En
noviembre, la APPO sostendrá una conferencia para buscar conformar una
Asamblea Estatal del Pueblo de Oaxaca, o AEPO. Hoy en día existen 11 de
33 estados que han anunciado la conformación de asambleas populares al
estilo de la APPO. Y también unas cuantas al otro lado 2 , en Estados
Unidos.



Y los marinos han regresado al mar, aunque la policía
federal que devastó Atenco permanece en las cercanías. Mientras, el
reciente campamento (de la APPO) 3 en la ciudad de México ha iniciado
una huelga de hambre porque el Senado puede hacer renunciar a Ulises
Ruiz Ortiz.



¿Qué sigue? Nadie está seguro. Es como si la luz
atravesara el cristal. O bien lo quema o bien pasa a través de él. Lo
que está claro es que esto es más que una huelga, más que la expulsión
de un gobernador, más que un bloqueo, que la unión de diferentes
elementos. Es una revuelta popular genuina. Y luego de décadas del
priísmo gobernando mediante el soborno, el fraude y las balas, la gente
está cansada. Llaman a ese partido la tiranía, y está dispuesta a
destruir ese autoritarismo.



En la calle se puede escuchar el
murmullo de la selva lacandona. En las esquinas la gente decidiendo
permanecer junta. Uno les ve las caras: indígenas, mujeres, niños, tan
bravos y alertas en la noche, orgullosos y resueltos.



Regresé
caminando de la barricada donde me encontré con Alejandro, junto con un
grupo de seguidores del movimiento, que vinieron de un distrito lejano,
a media hora de camino. Iba hacia la morgue con un grupo enfurecido.
Entramos y vimos al propio Alejandro. No había visto muchos cuerpos en
mi vida. Tremenda sensación. En la esquina, una pila de cuerpos, casi
todos los que han muerto, sin refrigeración. Y el olor. Tuvieron que
abrirle el cráneo para extraerle la bala. Regresamos caminando todos
juntos.



Y ahora Alejandro se mantiene a la espera en el
zócalo, como los demás en los otros plantones. Espera una tregua, un
cambio, un avance, una salida. Una solución. Esperando que la tierra
cambie y se abra. En espera de noviembre, cuando pueda sentarse con sus
seres queridos, el Día de Muertos, y compartir comida y bebida y
cantar. Esperando que la plaza se le venga encima y arda. Sólo espera
hasta la mañana, pero esta noche espera que el gobernador y su entorno
se vayan para nunca regresar.



Una muerte más, otro mártir en
esta guerra sucia, otro momento para llorar y lastimarse, otra
oportunidad de conocer el poder y su horrible cabeza, otra bala rasga
la noche, otra más en las barricadas. Alguien mantiene las fogatas.
Otros se envuelven y duermen. Pero todos están con él mientras
descansa, una última noche, bajo su mirada.



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